«Miserable soy. Te violé en la fiesta a la que no fui»

Un juego extraño. No es cuent0, aunque se le parezca, ni poema así algo haya de poético… es para que me digan qué nombre tiene. Va por entregas, hoy en la mañana la primera, en la tarde la segunda y en unos días completa. Ojalá se animen a leerla, y comenten cómo les parece.

      Si tuviera que decir algo, respecto a alguien, sabría tener dos o tres palabras destructivas. Muchas veces no serán las más lúcidas, pero sí las más hirientes. No sería necesario siquiera saber su nombre, los gestos pululan en voces. Pululan. Piojos. Cien marsupiales minúsculos que trepan buscando seis pezones gigantes. Noventa y cuatro que no serán mueca. Los gestos han de ser primos lejanos (dimensión alterna) de los canguros, porque no puedo imaginarlos más que como demonios (de Tasmania) buscando la bolsa ventral de unos ojos amigos. Lástima, los míos detestan las relaciones sociales. Pero, en cambio, adoran ver y ver, para decir y escribir: que nadie se odia tanto como cuando se toma un café hablando con-de alguien que ya no es. Me explico: soy un miserable. Vendería mi espíritu (?) (Principio generador, carácter íntimo, esencia o sustancia de algo —DRAE—) por un minuto de ceguera. Claro ¿me cree acaso tan estúpido? No soy Edipo, ni huevón. Es tan sólo un minuto… y la ceguera es para siempre. ¿Cerrar los ojos? ¡Ceguera, cegUERA, CEGUERA, CE-GUE-RA! No es difícil de entender. Cerrar los ojos es ser un transeúnte cualquiera, yo no soy eso. Cuando rozó alguien en el andén, intento tocar, oler, manosear a la distancia. Aunque no me entienda, para tocar, las manos no son fundamentales. La he acariciado. La acaricio recordando el color de sus tenis el lunes que la vi lejos del lugar donde solemos encontrarnos. Nos encontramos, si. La manoseo cuando recuerdo sus aretes, esos de semillas que tan de moda se pusieron. La veo, si. La violo cuando intento imaginar el color de esa prenda que aleja su piel de la otra prenda que sí veo. Hago lo mismo cuando tomo café, camino, viajo en el bus o me siento junto al árbol por el que no trepan marsupiales desesperados: acaricio, manseo, violo. No, no es usted diferente. Todos son igual, exceptuando el árbol, cuya mueca profunda no es más que un vaivén de hojas y un tronco que hace venías con delicadeza y respeto. Él nada tiene para decir, su silencio es lo  más cercano a ser un ciego.

Noticias Varias

Navegando encontré unas cuantas noticias recientes, son del último mes. Espero que de todo lo que se encuentra en la red, las noticias que yo referencio sean informativas de verdad. Unas cuantas todas latinoamericanas o de latinoamericanos en el exterior. Veámos cómo me va redactando noticias, o mejor reescribiéndolas. Espero sus comentarios se aceptan de todo tipo.

 EN OCTUBRE, BIOGRAFÍA DE GARCÍA MÁRQUEZ.

«Todo escritor con principios debería tener un biógrafo Inglés» declaró García Márquez con respecto a la biografía que se considera como la «definitiva». La obra, que es una detallada investigación de 736 páginas, es producto de 17 años de trabajo, 300 entrevistas y un borrador inicial de 3.000 páginas. La biografía de quien también dijo el escritor, que más que aprobarla, la «toleró», agradó tanto a la crítica que ya empezarón a llamarla el «ultimo» y más fiel retrato de uno de los escritores más influyentes de nuestra lengua.

La biografía cuenta sus priomeros años en Aracataca, la relación con su abuelo Nicolás Márquez. Los años de infancia en los pueblos del caribe, y su juventud en Tunja y Bogotá; sus primeros años de periodista entre Cartagena y barranquilla. La publicación de sus primeras novelas y la consagración como escritor dada por «Cien años de Soledad», en 1967.  Además, hace un recorrido por sus amistades políticas y literarias (Fidel Castro, Bill Clinton, Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa o Carmen Ballcells).

El autor es Gerlad Martin, quien ocupa la cátedra emérita Andrew W. Mellon de Lenguas Modernas de la Universidad de Pitsburg y fue profesor de Estudios Caribeños en la Universidad Metropolitanta de Lóndres. Durante 25 años fue el único miembro angloparlante de los Archivos de la Literatura Latinoamericana de París y ha presidido recientemente el Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana en Estados Unidos.

MAÑANA LAS OTRAS…

 

 

«Anécdotas Y Curiosidades (Literatura)»

Gracias a mi trabajo, muy dilatado en espacios y tiempo libre, tengo la oportunidad de recibir sueldo por (además de hacer le me corresponde) buscar en Internet y escribir algún cuento, o arrancar proyectos fracasado desde la primera letra (una o dos novelas). Encontré, mantiendo la línea del ocio y lo light, algunas curiosidades referentes a escritores, mucho de lo que leí aludía a nombres que en la vida escuché, pero que para muchos sonarán más de lo que yo mismo espero. Es una selección, les dejo los que a mi criterio son los nombres más conocidos.  

 

La obra maestra de Gustave Flaubert, Madame Bovary, una historia de amor brutal y realista que trataba sobre el adulterio, fue condenada como pornográfica cuando se publicó por entregas en un periódico en 1856, y Flaubert fue acusado de ofender la moral pública y la religión. La corte censuró el libro, pero absolvió a su autor. Aunque la novela estaba vendiéndose a miles, Flaubert dijo que deseaba tener bastante dinero como para comprar cada ejemplar, “arrojarlos todos al fuego y no volver a oír hablar del libro jamás”.

Aunque no estaba ciego, pero tenía vista deficiente, Aldous Huxley aprendió braille para poder dar descanso a sus ojos doloridos, sin tener que renunciar a la lectura, de la que tanto disfrutaba. Una de las compensaciones, decía Huxley, era el placer de leer en la cama en la oscuridad, con el libro y las manos cómodamente bajo los cobertores.

Herman Melville no destacó como figura literaria hasta mucho después de su muerte, en 1891. Se había desilusionado tanto por el fracaso comercial de Moby Dick (1851) y otra novelas, que renunció a la pluma y se convirtió en un oscuro empleado en la administración de aduanas de Nueva York. Su Bill Budd ni siquiera fue publicado antes de 1924.

No se preocupó mucho por sus estudios, y en realidad jamás terminó la enseñanza secundaria. Como pasaba más tiempo leyendo y chismorreando con sus amigos que dedicado a su trabajo, perdió su puesto de administrador de correos de la comunidad. “Que me cuelguen” dijo tras perder su empleo, “si intento estar a disposición de todo bribón ambulante que tenga dos centavos para invertir en un sello postal”. En 1949 se le otorgó el premio Nobel de Literatura… era William Faulkner.

“Sería superfluo, pues ya me he concedido yo mismo esta orden”, contestó George Bernard Shaw, cuando le ofrecieron la prestigiosa Orden del Mérito de Inglaterra.

Sir Walter Scott fue un escritor muy prolífico, que obtuvo con sus obras fama y éxito. Por desgracia, invirtió casi toda su recién ganada riqueza en empresas editoriales que fracasaron con la depresión de 1826. Scott contrajo deudas por la estremecedora cantidad de 130,000 libras esterlinas, y dedicó el resto de su vida a escribir para pagarlas. Con el paso del tiempo murieron su esposa, su hijo y su nieto, y él sufrió varios ataques cardíacos; pero hasta el último acreedor fue pagado totalmente.

“Lo siento, señor Kipling, pero usted simplemente no sabe emplear el lenguaje inglés. Este no es un jardín de infancia para escritores aficionados”. Con estas proféticas palabras, Rudyard Kipling, que ya había escrito entonces uno de los mejores relatos en la historia de la literatura, El hombre que pudo reinar, fue despedido de su empleo de reportero por el Examiner de San Francisco.

Los historiadores han relatado la admirable historia de Abdul Kassem Ismael (938-995), el sabio gran visir de Persia, y de su biblioteca de 117,000 volúmenes. En sus muchos viajes como guerrero y estadista, jamás se apartó de sus amados libros. Estos eran transportados por 400 camellos, entrenados para caminar en fila, de manera que los libros que llevaban sobre sus lomos se mantuvieran en orden alfabético. Los camelleros bibliotecarios ponían inmediatamente en manos de su amo cualquier libro que éste pidiera. Debido a su trato cordial, Abdul Kassem Ismael fue apodado Saheb, el camarada.

El escritor Jonathan Swift que en su famoso libro del año 1726, “Los viajes de Gulliver”, habla de las dos lunas en el planeta Marte. Les da el nombre de “Miedo” y “Terror” y describe su órbita y su distancia del planeta. En ese tiempo no se sabía de la existencia de luna alguna en Marte. Pero hay dos. Y fueron descubiertas recién en el año 1877. Las lunas tenían un diámetro muy parecido al expresado por Swift, y además su órbita era prácticamente igual. Las lunas fueron bautizadas como Fobos y Deimos, términos griegos que significan miedo y terror.

En el 270 A.C. el poeta y filólogo Filetas aparentemente murió de insomnio por dar vueltas y vueltas de manera obsesiva a la paradoja del mentiroso.

El escritor más prolífico de la historia es escritora, Mary Faulkner, sudafricana con 904 libros de nada a sus espaldas. Así lo atestigua el libro Guinnes de los Records, sin embargo no viene mal comentar que el actual gobernante de Corea del Norte, Kim Jong Il, según su gloriosa biografía oficial se graduó en la universidad Kim Sung Il habiendo escrito 1.500 libros y seis óperas. Una de tantas cualidades superhumanas del mesiánico líder norcoreano.

Los escritores «malditos» William Burroughs y Charles Bukowski, famosos por sus excesos con toda clase de drogas, alcohol y otras prácticas de riesgo murieron relativamente ancianos, a los 83 y 73 años respectivamente, aunque uno hubiera apostado en vida a que no soplaban el medio siglo.El primero de complicaciones tras un infarto, el segundo de leucemia. Yo, no sé si llegaré a tanto con mucho menos a mis espaldas.

José Lezama Lima alguna vez fue invitado a la casa de un colega escritor y pasó departiendo amenamente durante media hora con la mamá del anfitrión, mientras disfrutaba de un ponche. Nada hubiera sido extraño, si luego al despedirse el autor no se entera de que la señora con la que había conversado era totalmente sorda!

 

 

 

 

DIEZ CURIOSIDADES DE LA HISTORIA

 Las personas siempre quieren cosas light para entretenerse, creo que es también necesario. Diría mi preceptor (?) que «debe preocuparse cuando no esté haciendo nada, el ocio es el veneno de la efectividad, perder el tiempo ofende el alma. Cuando uno nada hace se contamina de pereza, que es junto con la vanidad los pecados que más ofenden a (D)dios»  Claro, el preceptor es abogado; yo, lector, practicante del ocio reflexivo y de la cavilación perezosa. Les dejo algo de datos curiosos tomados de una revista española.

 

1. La era más dorada de la medicina

En siglos pasados, el oro era recetado como medicina. La gente pudiente masticaba láminas de oro y era añadido a las comidas en forma de polvo, como si fuera un condimento. Por ejemplo, los alquimistas del rey francés Luis XII (1601-1643) le hacían beber gran cantidad de oro líquido para enderezar su maltrecha salud.

2. ¡Qué muerte más tonta!
Muchos personajes famosos han perdido la vida en condiciones y situaciones tan extrañas como inverosímiles. Ésta es una selección:
– Enrique I de Castilla: murió de una pedrada jugando con sus amigos.
– Arquímedes: un soldado romano le atravesó con su espada al ser recriminado insistentemente por el sabio griego para que no pisara unos dibujos científicos que había hecho en la playa.
– Jean Baptiste Lully, compositor francés: falleció por una gangrena al clavarse la batuta en el pie.
– Alejandro I de Grecia: su mascota, un mono, le propinó un mordisco y le contagió la rabia.
– Francis Bacon, filósofo y escritor inglés: falleció de frío mientras rellenaba con nieve de las montañas el interior del cuerpo de una gallina muerta, para un experimento sobre la conservación de los alimentos.
– Agatocles, tirano de Siracusa: se atragantó con un palillo.
– Esquilo, dramaturgo griego: murió golpeado por una tortuga que se desprendió de las garras de un águila que sobrevolaba su cabeza.
– Isadora Duncan, bailarina estadounidense: murió por una fractura en las cervicales debida a que su echarpe se enganchó en las ruedas del coche en el que acababa de subir.
– Maximiliano de Austria: una indigestión de melones le quitó la vida.
– Allan Pinkerton, fundador de la agencia americana de detectives que lleva su nombre: murió por una gangrena tras morderse la lengua.

3. Un fideo con talento
En sus primeras incursiones cinematográficas, Archibald Leach fue rechazado en numerosas ocasiones por ser demasiado delgado. Años después fue contratado por 450 dólares semanales y se le cambió el nombre por el de Cary Grant.

4. Bill, el vil cazador
El famoso Búfalo Bill presumía de haber abatido 4.862 bisontes en una sola temporada de caza.

5. Los Marx, más atómicos aún
Los hermanos Marx, además de cómicos, fueron unos inventores: patentaron un sistema de alarma de los latidos del corazón para llevar en la muñeca. Y en los años cuarenta, Zeppo cofundó una compañía que construía un componente de los bombarderos destinados a lanzar bombas atómicas sobre Japón.

6. Pancho el amoroso
El líder revolucionario mexicano Pancho Villa (1878-1923) visitaba hasta 5 novias en un día, según aseguraba su chófer Juan Carlos Caballero.

7. ¡Decid pataaaaaaaataaaaaaaaa!
En las primeras fotografías, las personas tenían que estar quietas hasta 15 minutos para que no salieran movidas. Los fotógrafos de mediados del siglo XIX disponían de unos bastidores especiales para que la gente apoyara la cabeza.

8. Una pareja difícil de separar
Félix Faure (1841-1899), sexto presidente de la III República francesa, murió mientras fornicaba en un prostíbulo de París. La joven sufrió un terrible shock y se dice que los médicos tuvieron que separarlos de una forma radical: seccionaron quirúrgicamente el pene del presidente.

9. El dictador hormonado
Para mantener la virilidad de Adolf Hitler, su médico personal, Theodore Morell, le inyectaba un compuesto que contenía hormonas de testículos de animales machacados.

10. El amante acusador
Una de las crueles excentricidades de Cayo Julio César Calígula consistía en obligar a las mujeres casadas de la corte a mantener relaciones sexuales con él, para luego acusarlas de adulterio e iniciar el divorcio en nombre del mancillado

«Sobre El Valor de La Metáfora»

Perdonaran ustedes la semana ausente, pero el trabajo llamó a la convivencia. Actualizando de nuevo les dejo…

 

SOBRE EL VALOR DE LA METÁFORA. La más importante de las alhajas literarias era, ya para Aristóteles, la metáfora. El primero en advertir esta equivocación fue Gianbattista Vico, quien afirmó que la poesía y el lenguaje son esencialmente idénticos y que la metáfora, lejos de ser un recurso “literario”, constituye el cuerpo principal de todas las lenguas (cf. Scienza Nuova). El hombre habla metafóricamente sin saberlo, más o menos como M. Jourdain hablaba en prosa. En los comienzos, las metáforas debieron de consistir en actos mudos o en actos con cuerpos que tuvieran alguna relación con las ideas que se querían expresar. También eran metáforas los jeroglíficos, los blasones y los emblemas. Hasta la propia palabra figura es ya una figura. Es imposible hablar o escribir sin metáforas y cuando parece que no lo hacemos es porque se han hecho familiares hasta el punto de hacerse invisibles: nadie advierte que nos expresamos figuradamente cuando decimos que “los años corren” o “el valle se inclina”. Basta alterar apenas algunas de las metáforas más habituales para notar hasta qué punto son (eran) audaces: basta tomar la sosegada expresión “los árboles arrojan sombra” y transformarla en su equivalente lógico “los árboles nos tiran con sombra”.
La lingüística contemporánea, confirmando la tesis de Vico, sostiene que la metáfora es consustancial del lenguaje y responde a un profundo instinto del hablante. Pero se equivoca, me parece, cuando sostiene que la metáfora es únicamente expresión de lo afectivo y subjetivo frente al lenguaje lógico u objetivo. La falacia reside en la identificación de lógica y objetividad.
No ya la vida: ni siquiera el universo inerte es lógico, lo que no impide que sea objetivo.
Lo que hace inaplicable el lenguaje literal no es la objetividad sino la ilogicidad del universo. No es, pues, que el lenguaje vivo y metafórico sea un lenguaje puramente subjetivo sino que tiene una objetividad que no es lógica.
Por otra parte, si la doctrina de aquellos lingüistas fuera correcta, no se explicaría cómo el hombre puede usar el lenguaje metafórico para ponerse en contacto con el mundo objetivo. Debemos admitir que, al menos, ha de existir algún elemento de objetividad en la metáfora.
Creo que debemos distinguir entre origen y esencia del lenguaje. El primer campesino romano que empleó la metáfora delirare —salirse del surco— para aludir a un loco, estaba, sin duda, haciendo uso de su imaginación, pero no por eso hay que concluir que su metáfora es enteramente subjetiva, ya que eso equivaldría a datar la locura desde la invención del arado. También se requiere imaginación para descubrir el espacio-tiempo y eso no significa que sea subjetivo.
Cualquier expresión se vuelve lenguaje en la medida —y sólo en la medida— en que es capaz de trascender el sujeto y convertirse en signo de comunicación. La creación o el descubrimiento de tales signos es obra de la imaginación: pero esa imaginación no es arbitraria sino que debe mostrarse apta para aprehender una realidad objetiva. De otro modo no se podría establecer la diferencia que existe entre Dante y un charlatán de la poesía, que amontona seudometáforas. De otro modo no se explicaría por qué los esquizofrénicos y paranoicos no son los mayores promotores del lenguaje.
La metáfora, aunque nacida de un impulso existencial, psicológico, fantástico, tiene un valor ultra-subjetivo, es un intento de aprehensión de la realidad. La metáfora es valiosa precisamente porque no representa en forma literal al objeto, porque se aleja de él. Lo que significa que difiere de él en cierto número de atributos, por debajo de los cuales señala un núcleo común, oculto bajo los atributos diferenciales. Y tanto más lejana es la metáfora, tanto más profundo y oculto es el núcleo común, de donde el poder que tiene el lenguaje metafórico de alcanzar grandes profundidades.
La metáfora es así una tentativa de identificar bajo la diversidad. Ya los griegos se plantearon la hipótesis de una sustancia permanente y primordial por debajo de las cosas: el fuego heraclitiano es la metáfora del universo entero.
Si es así, la metáfora no tiene un valor meramente afectivo o psicológico, ni obra por deslumbramiento: aunque irracionalmente —o, mejor dicho, por su misma irracionalidad— alumbra los estratos más hondos de la realidad. Su valor no es psicológico sino existencial y ontológico. Lejos de ser el lenguaje de la fantasía, aunque sea provocado por ella y por la pasión que en todo ser humano alienta por el misterio, es el genuino lenguaje de la realidad y quizá la sola forma que permite superar el dilema de un lenguaje rígido frente a un mundo infinitamente diverso y a la vez infinitamente idéntico a sí mismo.
La metáfora no es el recurso de un lenguaje literario, ni tampoco es cierto que el lenguaje literario consista en la suma de una expresión desnuda más un ornato cualquiera. Por el contrario, consiste en expresar con estricta justeza un contenido que no puede ser expresado de otra manera. A menos que se prefiera llamar literario a lo falso y vacuo.

«Los Personajes y La Realidad»

Cuando Shakespeare toma héroes de la historia, los transforma en contemporáneos suyos. Única forma de no erigir monigotes que sólo existen en el papel. Al fin y al cabo, lo humano es eterno: el amor, la muerte y el destino. La mejor manera de hacer hablar a un personaje histórico como ser viviente es haciéndolo hablar como ser viviente, es decir, como contemporáneo. Lo humano es anacrónico.

Shakespeare pone sus propias ideas y sentimientos en esos seres del pasado, y así han hecho siempre los más grandes creadores. Ibsen confesaba: “Todo lo he buscado en mí mismo, todo ha salido de mi corazón”. De modo tal que ningún escritor puede crear un personaje más grande que él mismo, y si lo toma de la historia tratará de achatarlo hasta su nivel: el Napoleón de Ludwig no es mucho más alto que su culpable. Al revés: modestos seres llegan a alcanzar la estatura de sus cronistas. Es muy probable que Laura o Beatrice hayan sido imperfectas o triviales mujeres, pero fueron levantadas y eternizadas a la altura de las grandes almas que las cantaron. El novelista, el poeta, hace con sus mujeres lo que en escala humilde hace todo enamorado con su amada.

«Expresiones de las que usted, joven escritor, debe huir como de la peste.»

Un poco de lo que para muchos se llama lugar común, cliché o «literatura adolescente» como díria un amigo, recomendaciones para alejarse de allí. Les dejo este apartado de uno de los escritores que admiro con más fervor y del que he recibido los mejores consejos para procurarme, no una vida mejor, pero sí más REAL. Aunque la contradicción más grande (ideológicamente hablando) que tengo con él, es su idea más recurrente (la esperanza) sigo insistiendo en que es de lo mejor que se ha dado. Quizás lo hayan leído muchas veces, pero igual habrá algunos que no lo conozcan.

 

 

EXPRESIONES DE LAS QUE USTED, JOVEN ESCRITOR, DEBE HUIR COMO DE LA PESTE.

La alegría reinaba en su rostro, el dolor estaba, pintado en su cara, el rubor coloreaba sus mejillas, su boca era encantadora, respiraba honradez.

La tea de la discordia, la voz del honor, la hidra de la anarquía, el Sol del Progreso, el campo de las conjeturas, el arsenal de las leyes, la balanza de la justicia, la aurora de las libertades, las tinieblas de la ignorancia, la espada de la Ley, la tiranía de las pasiones, la moderna Babilonia, una verdadera Torre de Babel, la pérfida Albión, el Oso Moscovita, el Tío Sam.

Redoblar sus transportes, abrir su corazón, sentir un nudo en la garganta, parársele los pelos de punta, aspirar embelesado, impresionar gratamente, sembrar cizaña.

Las madre naturaleza, el rey de los astros, el astro rey, la luna plateada, los pétalos aterciopelados, el vistoso colorido, el jardín engalanado.

El conflicto bélico, el carro de Marte, la nueva tesitura internacional.

Un fino ensayista, un fino poeta, un espíritu ático.

 

 

Ernesto sábato

Tomado de HETERODOXIA. Seix Barral.

Conversación Tardía

Arrancando en esto del blog y para mis pocos (nímios) visitantes, y no sin algo de reticencia, les presentó un cuento de autoría propia. Un ejercicio de taller, pero siempre, como todo lo que he intenado hacer, cargado de vísceras y dedicación. Sé que la extensión quizá sea tediosa para la lectura, pero espero que después de los primeros párrafos hayan aún ganas de terminarlo.

CONVERSACIÓN TARDÍA

Una tarde, creo a fue a finales de Junio —los niños ya jugaban en las calles—, golpeó mi puerta. Al abrirle me dio un beso en la mejilla, habló de no sé quién, se sentó y como todas las veces anteriores a las retahílas y las lágrimas me preguntó qué tenía para comer. Mordió un pan del plato de mi desayuno, puso música y subió a mi cuarto. Me sorprendí, no la nombró, ni una sola vez.
A qué se debe tu cambio, venías pudriéndote en vida… antes que terminara, sin dejar de mirar mi pijama sobre la almohada, me respondió: y a tí quién te dijo que ya no es así, sólo que ahora no es por despecho, es por mí; no es pudrición, está más allá, es tristeza; pero no la que sientes cuando se te muere el perro de la casa o la abuela, que para el caso final es lo mismo, ambos estorban. Es algo que te mina por dentro, que no es máscara ni verdad, sino tristeza llana, o mejor, abisal.
Huéleme ¿no sientes?… hiedo.
…luego de la devastación no viene la esperanza, me alejé de los hombres, soy una especie en vía de extinción, y no por orgullo, fortaleza o superioridad (creo serán tus primeros argumentos). Me extingo porque me quedó grande la vida, no pude con el desamor y ahora veo que con el amor menos.
A mí vengan nadies porque tengo para decirles nadas.
…me pudro, se me muere el agua y el fuego en dialéctica pura, en batalla recíproca y ahora prometiste mi comida.

Lo escuché sin demostrarle importancia durante todo su discurso y levantando la ropa de un amante casual que la noche anterior había sacado el provecho, que por más que le ofrecí, no quiso aceptar el amigo que ese día sólo fue a comerse mi comida.
Le pedí que bajara al comedor, miró de reojo mis senos, los pezones se insinuaban bajo la blusa blanca, sabía cuánto le excitaba eso. Puse el plato frente a él y comió en silencio. Tuve ganas de preguntar cualquier cosa para que supiera que no me importaba nada de lo que dijo, que ya había llorado suficiente, que no lo necesitaba porque ya tenía quién se interesara por lo que escondía mi blusa blanca, que estaba cansada de quitarme el sostén buscando que me pusiera boca abajo sobre la mesa con la blusa en el cuello, el pantalón en las rodillas y su lengua en mi oreja.. No se escandalice, sólo soy sincera. No pregunté, no dije una sola palabra y las veces que levantó la cabeza buscándome, puse mis ojos sobre los suyos, bien erguida, sacando pecho y sostenía la mirada hasta que fuera él quien desviara intimidado. Al terminar de comer insinuó una palabra, pero quedó silenciada por el roce de mi cuerpo con su espalda cuando me acerqué para levantar el vaso. Sin embargo, salió sintiéndose bien ¿Qué cómo lo sé? Señora, el orgullo brota de los hombres del mismo modo en que a las mujeres se nos sale lo mamá frente a un recién nacido.
Estoy absolutamente solo y recuerdo ese día, porque fue ahí cuando se me hizo evidente, me diría tiempo después. Abandonó mi casa y caminó por el parque hasta llegar a la avenida 68. Vio novios que buscaban un lugar para dar rienda suelta a su exhibicionismo solapado, las ganas le pueden al miedo, decía mi papá; hombres que corrían solos y hombres que lo hacían con sus perros, sintió lástima por los perros. Deambuló hasta llegar a un sitio que sus ojos ya habían visto, desde antes, desde una vida remota, en la que la casa era un alma más de las que él suponía acompañan por toda la eternidad el alma propia. Metempsicosis. Quizás fue padre, abuelo, madre, hermano o el perro que trotaba encadenado a su amo.
Todo me lo decía igual: asustado. No paraba de mirar los muros de ladrillo limpio y constantemente frotaba sus muñecas. Se acercaba a mi oído como si hablara del desflore a una puritana en una iglesia de pueblo. Era un niño al que castigaron rodeándolo de los peores criminales porque olvidó que a la guerra no se juega con el arma del abuelo.
Lo habían recluido hace años. Desde que llegó a ese sitio era la primera vez que iba a verlo, nunca supe porqué. Aunque después de todo quedé muy asustada, ahora estoy segura que no fue el miedo la razón de la ausencia. Sin embargo, luego de tantos años, de la distancia prolongada, al verme no hizo ningún reclamo. Tristemente debo decir que más que miedo sentí compasión. Su mirada no era la que todos los que conocieron la historia creerían. Era la misma, tal vez un poco esquiva, pero la misma. Se parecía mucho a la de aquel día en el que en mí ganó la preocupación al orgullo y fui a buscarlo después de dos meses en los que todos ya habían parado de preguntar por él.  Creíamos había cumplido la promesa, hecha a fuerza de tristeza, de suicidarse si nada cambiaba. Lo encontré sentado sobre un parlante en la cocina; absorto en la lectura de tres libros, saltando de uno a otro, con el cigarrillo, que por la mancha amarilla en su boca, daba la impresión de no habérsele despegado en sesenta días. Estaba limpio, usaba la camisa azul, la negra se secaba en la ventana, y el mismo pantalón café roído en la bota. Cuando levantó la cabeza sentí que, de haber conocido el futuro en ese instante, me hubiese transportado a la visita atestiguada por el ladrillo  ¿Cómo eran sus ojos, me pregunta? Devastados, señora, dos cuencas vacías y destellantes de lágrimas. Al verme dijo que esa misma tarde iba a llamar. Lo invité a almorzar, dijo que no, una hamburguesa, un sándwich, aceptó pero con la condición de no preguntar nada. Le cumplí.
Ese día fue la última vez que me habló de Stevenson, lo hizo mientras el café se enfriaba en la mesa y yo le pedía que al menos comiera su sándwich. No sé si usted lo conoce bien, pero supondría que sí, cuando habla se pierde totalmente. Decía que existían almas viejas y la de él era de las más antiguas, que si mirara atrás en la historia, todos los grandes se suicidan porque es de almas grandes el desencanto del mundo, mas no todos los suicidados son grandes —daba mordiscos pequeños a los bordes de queso que sobresalían del pan—. Basta una mirada a la ciudad para recordar qué nos hace vivir aquí y la necesidad inmediata de un suicidio colectivo. Equilibrio, Leticia, la balanza a la que le hace trampa la justicia mirando por debajo de la venda. Tú Leti, lo sabes tanto como yo, nunca has tenido una subida a tu favor. —Tenía razón señora, pero lo que nunca pudo ver es que él también era el peso en el lado opuesto—. No sé si escuchaste alguna vez de una leyenda que cuenta que a los suicidados, hechos ya espíritu, se les da una condena. No, la visión cristiana tiene poco de verosímil, una leyenda más profunda, más ligada al reconocimiento de la maldad humana. No te digo que “intente” o “busque” reconocerla, sino que lo hace en sí misma y para todos. Pero de este tipo de condena también hacen parte los vivos, y más los que infortunadamente crean de algún modo: poetas, escritores, pintores, escultores, etc. No sé cómo explicarte. Supongo que conoces El extraño caso del Dr. Jekill y Mr. Hyde. Sí, todos leen ese libro. Sabías que tiene una historia un tanto oscura, paranormal. Es muy conocida, es extraño que no la hayas oído.  Toda la obra se basa en la vida de un hombre: un ciudadano inglés, gentleman de té a sus horas, médico de renombre, ser humano íntegro, asistente asiduo de la iglesia, ferviente padre, amoroso esposo, destazador y ladrón. Había conformado una banda con unos raterillos de esquina y entraba a las casas en las noches, robaba y mataba a los dueños. No necesitaba dinero, creo que lo supones, así que todo el botín lo llevaban sus compañeros para el opio. Una noche, fue atrapado. Los móviles de la captura son confusos: alguien lo delató, corrió con mala suerte, no se sabe con certeza. Cuando lo llevaban hacia el patíbulo toda Londres se sorprendió, el Gran Médico era el asesino. Stevenson se obsesionó con la dualidad que la religión resumió en carne y espíritu. La condición humana se condensó para el escritor en ese hombre y empezó el trabajo arduo de contar sobre alguien que era uno con el sol y otro con la luna. Duró mucho tiempo intentado y más se acrecentó el interés al enterarse que escapó cuando los cómplices pagaron al verdugo para que le permitiera usar bajo la camisa un cuello de metal que lo salvara de la horca. Reemplazaron el cuerpo con el de un mendigo que ajusticiaron en la víspera. Escapó, nada más se supo de él. Los círculos de intelectuales lo recordaron cuando la novela se publicó, pues sabían de la obsesión, todos admiraban al escritor a pesar de que éste les decía que sólo fue un escribano.
Él la dictó cuando yo no encontraba forma de contar, repetía Stevenson. Y los demás preguntaban ¿quién? Se presentó una noche luego de semanas de intentarlo, era un vapor acuoso, una neblina de lluvia que imprecó a mis manos, sabía que era él, el Doctor, por su llegada silente a través de los muros; relucía alrededor de su cuello el metal que lo libró y con la voz sosegada con que recetaba a sus pacientes, me dijo que si es mi historia la que quieres contar, siéntate y escribe. Fue una epifanía, Stevenson sólo lo escuchaba mientras en una noche profesó todo lo que deseaba decir.
Nunca dirías, Leticia, que fue un artilugio de marketing, aún crees en hadas y duendes. Todos los que conozco, yo mismo, incluso sin saber del médico, sentimos cuando leímos la novela, que alguien abriría la puerta del cuarto, que se paraba a leer por sobre nuestros hombros y miramos constantemente hacía atrás, no pudimos detenernos en toda la noche ¿entiendes ahora la condena?, le dijo a Stevenson qué debía escribir porque era la forma de purgar sus asesinatos. Todo el que lee los recrea, hace que los viva de nuevo, pero con el dolor a la inversa. Ya el corte en el cuello, el hígado en la mesa no son cosas ajenas, el cuello y el hígado son el doctor que se ataca a sí mismo: es su cielo deformado.    
La condena es la relectura. Parecerá de vistazo una locura. Pero creo que algo de magia habrá de quedar en el mundo del zapping y el maniquí. Si creemos que ahora la literatura debe equipararse a la televisión, tener los mismos giros sorpresivos de argumento que una serie gringa ¿no pensarías que es más sensato creer en el Escritor, en el creador también como un verdugo con cargo de conciencia y pesadillas en las noches, pero verdugo al fin? Imagínate, Leticia —Decía extasiado, no paraba de mover las manos y de hacer bailar su pie como al son de un ritmo contagioso—, qué hubiese hecho ése escritor, con e minúscula, si Campo Elías, el de Pozzetto, se le presenta y le narra su historia. Le dice que debe escribirla, como si lo mandara El Juez de Las Vidas Terminadas a recrearse, a sufrirse por siempre. Y no digo que el que escribe haga una especie de reivindicación del mal o de un papel dado por un dios pequeñito que encuentra en él la oportunidad de limpiarse así la consciencia, como un mal director que, para defenderse de las malas críticas, acusa a sus actores, de no contar la historia tal cual la hizo. Sino como un dios infinitamente inteligente que pone a su actor a ensayar y a ensayar, hasta que encuentre sus fallas dramáticas.
Nunca pensé que todo eso tuviese tanto trasfondo, de haberlo entendido así, me habría esforzado por leer entre líneas. Yo sabía desde siempre cómo ella lo había afectado. Pero creí que todo refería a él como verdugo-escritor, que se creía elegido al igual que Stevenson. No vislumbré siquiera hasta dónde llegaría. ¿Por qué no vino antes?, quizás usted habría sido el bordón que necesitó. No hay excusa señora, yo intenté buscarla cuando él estuvo tan deprimido, pero en el hotel siempre decían que usted ya no se hospedaba allí. Tardaba mucho en encontrarla de nuevo. La busqué muchos años y hace tan sólo dos días pude al fin hablarle. No es sorpresa que sea ya muy tarde. La plata no era suficiente. Fue horrible señora, yo llevé los policías para que abrieran la puerta a la fuerza, pues todas las veces que fui a buscarlo un olor extraño salía de su casa, creía que era él quien lo expelía, pero cuando lo capturaron, la mujer que amaba, por la que se encerraba a leer los tres libros, a fumar ansiosamente, estaba en su casa, la encontraron en la nevera: un pedazo del torso con los senos mutilados, una pierna despostada como las de las vacas en las famas y una olla puesta, en la que se guisaban con diversas verduras, dos filetes de una de sus nalgas. Lo vi acercarse a mí entusiasmado, forcejeando con los policías y sonriendo como nunca antes. No sabía qué pasaba, pero cuando hablé con él, tiempo después lo entendí. Señora, visítelo usted, tal vez pueda convencerlo de que nadie contará su historia. Con su ayuda quizá consigamos siquiera que no lo amarren a la cama
Dicen que es por mi bien —no cesó de repetir— pero Leti, tienes que ayudarme. Si no muero, el círculo nunca estará completo
y nada habrá tenido sentido
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El sueño de Bismark (Fantasía)

 

 

FANTASÍA

Un cineasta francés descubrió, por azar, un texto desconocido de uno de los más influyentes poetas del siglo XIX, Arthur Rimbaud. El cineasta, Patrick Taliercio, de 32 años, encontró el documento en Charleville, la ciudad del norte de Francia donde Rimbaud nació en 1854. Taliercio, quien está realizando un documental sobre el poeta, buscaba información en una librería de viejo cuando el dueño, François Quinart, le mostró tres ejemplares del periódico Le Progrès des Ardennes. En uno de ellos, del 25 de noviembre de 1870, que el cineasta compró por 30 euros, aparecía un artículo titulado «El sueño de Bismarck (Fantasía)» firmado por un tal Jean Baudry. Taliercio sabía que ése era uno de los pseudónimos de Rimbaud.  Rimbaud tomó el pseudónimo de la comedia «Jean Baudry», de Auguste Vacquerie, un amigo cercano de Víctor Hugo. El texto, que incluye algunas frases en italiano, como «Hi! povero!» (¡El pobre!), se centra en el primer ministro de Prusia, Otto Eduard Leopold von Bismarck, en un momento en que las tropas de Napoleón III estaban sitiadas durante la guerra franco-prusiana. De hecho, tal vez Rimbaud nunca supo que el artículo se publicó porque, un mes después, la imprenta de Le Progrès des Ardennes fue destruida por el fuego enemigo. La traducción es de Manuel Toledo.

El sueño de Bismark (Fantasía)
Arthur Rimbaud
Es de noche. En su tienda, llena de silencio y de sueño, Bismarck, con un dedo sobre el mapa de Francia, medita; de su inmensa pipa se escapa una voluta de humo azul. Bismarck medita. Su índice encorvado camina, sobre el papel vitela, del Rin al Mosela, del Mosela al Sena; con la uña, rayó imperceptiblemente el papel alrededor de Estrasburgo: continúa.
En Sarrebruck, en Wissemburgo, en Woerth, en Sedan, se estremece, el dedito encorvado: acaricia a Nancy, araña a Bitche y Falsburgo, raya a Metz, traza pequeñas líneas rotas sobre las fronteras, -y se detiene…
Triunfante, Bismarck ha abarcado con su índice la Alsacia y la Lorena! – Oh! cuántos delirios de avaro, bajo su cráneo amarillo! Que deliciosas nubes de humo emite su pipa feliz!
Bismarck medita. Vaya! un enorme punto negro parece detener al índice retozón. Es París.
Así, la uñita mala, de rayar, de rayar el papel, de aquí para allá, con furia, – en fin, de detenerse… El dedo se queda ahí, medio doblado, inmóvil.
París! París! – Y bien, el buen hombre ha soñado tanto con los ojos abiertos, que, dulcemente, la soñolencia se apodera de él: su frente se ladea hacia el papel; maquinalmente, la cazoleta de su pipa, se escapa de sus labios, cae sobre el infame punto negro…
Hi! povero! abandonando a su pobre cabeza, su nariz, la nariz del Sr. Otto von Bismarck, se sumergió en la cazoleta ardiente Hi! povero! va povero! en la cazoleta incandescente de la pipa, Hi! povero! Su índice estaba sobre París! Se acabó, el sueño glorioso!
Era tan fina, tan espiritual, tan feliz, esa nariz de viejo primer diplomático! – Esconda, esconda esa nariz!
Y bien! querido, cuando, para compartir el chucrut real, usted regrese al palacio (…) con los crímenes de… dama (…) en la historia, usted llevará eternamente su nariz carbonizada entre sus ojos estúpidos!
(faltan líneas)
Ahí tiene! Quién lo mandó a soñar despierto!
Jean Baudry

 

 

La versión en Francés para los que les sea útil

 C’est le soir. Sous sa tente, pleine de silence et de rêve, Bismarck, un doigt sur la carte de France, médite; de son immense pipe s’échappe un filet bleu.
Bismarck médite. Son petit index crochu chemine, sur le vélin, du Rhin à la Moselle, de la Moselle à la Seine; de l’ongle, il a rayé imperceptiblement le papier autour de Strasbourg: il passe outre.
A Sarrebruck, à Wissembourg, à Woerth, à Sedan, il tressaille, le petit doigt crochu: il caresse Nancy, égratigne Bitche et Phalsbourg, raie Metz, trace sur les frontières de petites lignes brisées, -et s’arrête…
Triomphant, Bismarck a couvert de son index l’Alsace et la Lorraine! -Oh! sous son crâne jaune, quels délires d’avare! Quels délicieux nuages de fumée répand sa pipe bienheureuse !
Bismarck médite. Tiens! un gros point noir semble arrêter l’index frétillant. C’est Paris.
Donc, le petit ongle mauvais, de rayer, de rayer le papier, de ci, de là, avec rage, -enfin, de s’arrêter… Le doigt reste là, moitié plié, immobile.
Paris! Paris! -Puis, le bonhomme a tant rêvé l’il ouvert, que, doucement, la somnolence s’empare de lui: son front se penche vers le papier; machinalement, le fourneau de sa pipe, échappée à ses lèvres, s’abat sur le vilain point noir…
Hi! povero! en abandonnant sa pauvre tête, son nez, le nez de M. Otto de Bismarck, s’est plongé dans le fourneau ardent Hi! povero! va povero! dans le fourneau incandescent de la pipe, Hi! povero! Son index était sur Paris! Fini, le rêve glorieux!
Il était si fin, si spirituel, si heureux, ce nez de vieux premier diplomate ! – Cachez, cachez ce nez !
Eh bien! mon cher, quand, pour partager la choucroute royale, vous rentrerez au palais(…) avec de crimes de… dame (…) dans l’histoire, vous porterez éternellement votre nez carbonisé entre vos yeux stupides!
(lignes manquantes)
Voilà! fallait pas rêvasser!
 
Jean Baudry

El Silencio de las sirenas

 

Kafka…

 

 

Existen métodos insuficientes, casi pueriles, que también pueden servir para la salvación.
He aquí la prueba:
Para guardarse del canto de las sirenas, Ulises tapó sus oídos con cera y se hizo encadenar al mástil de la nave. Aunque todo el mundo sabía que este recurso era ineficaz, muchos navegantes podían haber hecho lo mismo, excepto aquellos que eran atraídos por las sirenas ya desde lejos. El canto de las sirenas lo traspasaba todo, la pasión de los seducidos habría hecho saltar prisiones mas fuertes que mástiles y cadenas. Ulises no pensó en eso, si bien quizá alguna vez, algo había llegado a sus oídos. Se confió por completo en aquel puñado de cera y en el manojo de cadenas. Contento con sus pequeñas estratagemas, navegó en pos de las sirenas con inocente alegría.
Sin embargo, las sirenas poseen un arma mucho más terrible que el canto: su silencio. No sucedió en realidad, pero es probable que alguien se hubiera salvado alguna vez de sus cantos, aunque nunca de su silencio. Ningún sentimiento terreno puede equipararse a la vanidad de haberlas vencido mediante las propias fuerzas.
En efecto, las terribles seductoras no cantaron cuando pasó Ulises; tal vez porque creyeron que a aquel enemigo sólo podía herirlo el silencio, tal vez porque el espectáculo de felicidad en el rostro de Ulises, quien sólo pensaba en ceras y cadenas les hizo olvidar toda canción.
Ulises, (para expresarlo de alguna manera) no oyó el silencio. Estaba convencido de que ellas cantaban y que sólo él se hallaba a salvo. Fugazmente, vió primero las curvas de sus cuellos, la respiración profunda, los ojos llenos de lágrimas, los labios entreabiertos. Creía que todo era parte de la melodía que fluía sorda en torno de él. El espectáculo comenzó a desvanecerse pronto; las sirenas se esfumaron de su horizonte personal, y precisamente cuando se hallaba más próximo, ya no supo más acerca de ellas.
Y ellas, más hermosas que nunca, se estiraban, se contoneaban. Desplegaban sus húmedas cabelleras al viento, abrían sus garras acariciando la roca. Ya no pretendían seducir, tan sólo querían atrapar por un momento más el fulgor de los grandes ojos de Ulises.
Si las sirenas hubieran tenido conciencia, habrían desaparecido aquel día. Pero ellas permanecieron y Ulises escapó.
La tradición añade un comentario a la historia. Se dice que Ulises era tan astuto, tan ladino, que incluso los dioses del destino eran incapaces de penetrar en su fuero interno. Por más que esto sea inconcebible para la mente humana, tal vez Ulises supo del silencio de las sirenas y tan sólo representó tamaña farsa para ellas y para los dioses, en cierta manera a modo de escudo
Franz Kafka, Praga, 1883 – Kierling, Austria, 1924