Al fin la parte final de todas las partes (7)

Recuérdalo, salimos de comer helados, tomar cafés y tratarte de puta. Los pasillos son alamedas del parque, pisa con cuidado, escucha el crujir de las hojas secas ¡fíjate, los árboles dan su mueca profunda! Bésalo, que él también camina con nosotros. Toma, lo acerco a tí. Lo bañé como leímos en esa revista para padres, huele a la loción que compraste el día que supimos que nacería. Lo vestí como tanto te gusta ¡Mírame que te hablo! Tócalo. Llora en la noche, te extraña y necesita que lo acaricies. Estarás así mucho tiempo, paradójicamente nunca podrás disfrutarlo. Y seguirás viniendo a visitarme y yo tendré éste bebé en las manos; te diré a diario —o cuando vengas—, que es tu hijo, que lo salvé de las aguas amnióticas y de la horca de tu ombligo. ¡Eres una puta! Éste es mi hijo ¿acaso no lo ve? Yo soy un buen padre. Aléjese de mí, pero acarícielo a él. Hágalo suave, mire qué bonitos que son sus ojos. No es cierto que tengas las tripitas de trapo ni que tus ojos sean dos botones, mamá miente, la puta miente. Y no llores bebé, que no es culpa tuya tener una mamá de la calaña ésta. Que hasta me decía haberla violado en un sitio en el que no estuve, sí como escuchas cucarrón —cuchicuchicuchi—, y entonces se quedaba callada y yo le decía muchas cosas para que no se fuera y se quedara con nosotros. Mírala que acaba de venir, mírala como se va, regresa y se va, porque no es más que una puta ¡UNA PUTA, PUTA, PUTA, PUTA! Regresó, saluda bebé antes de que se aleje por entre las paredes con su cara de puta, puta, de miserable marsupial antiséptico, que se colgó contigo dentro, de puro egoísmo. Que se hizo de humo, contigo en la pancita arañada, para dejarme solo y poderse largar con ése que aparecía en las noches y la ponía como loquita; el mismo que, apunta de palabras suavecitas, la incitó a que se punzara los oídos con los lápices de escribir las tareas, para librarse, para no escuchar-lo más y oír mejor la sangre en cascada.

Que regresa y se va, tralalalalá,
viene vestida con bata, tralalalalá,
a mirar a su niño, tralalalalá,
asfixiarse en su panza. 

Que se ha hecho de humo, tralalalalá,
para odiar a su hijo, tralalalalá,
por traerle consigo, tralalalalá,
un ser sibilino.

Y te canto mi niño para que recuerdes que yo sí te amo, y que a tí te amo igual Mi vida. No es cierto que tengas los brazos de caucho ni la boca pintada, y menos las tripas de trapo; tampoco, que de aquél sepa si es o no sibilino, pues nunca supe qué le decía, pero mami se reía mucho, y después lloraba y tú estabas dentro. Si le profetizaba no lo sé. Pero lo que sí sé es que la dejó sorda y colgada. Y ahora yo te cuido y te cuidaré, y le contaré a la mami que fui yo quien te salvo cuando morías de aire, te hice en mis brazos, y no estoy en un parque, pero le digo que sí; y hace mucho que no como helado, pero le digo que sí; que no me gusta caminar, pero le digo que sí, y que yo la violé y que me excita, porque si tuviera que decir algo, respecto a alguien, sabría tener dos o tres palabras destructivas. Muchas veces no serán las más lúcidas, pero sí las más hirientes. Pero, háblale que ya regresa, y ya se va ¡PUTA!, no te saluda, te amo Mi Vida. Cuídate esos labios, ambos, no olvides el rubor en las mejillas, respirar profundo cuando vuelvas, porque la muerte es la soledad eterna. Mi hijo, ya no estará solo. Dale, una sonrisita a mami, mírala cómo se hace humo, cómo no es nadie con ese collar de soga, lo oídos sangrantes y el vientre hueco.