«¡Qué poeta ni qué mierda si me estoy muriendo de hambre!» respondía Gómez Jattin, cuando en la calle lo paraban para llamarlo poeta o admirar su obra. Estaba loco, estuvo loco mucho tiempo. Pero no era el único, si leyeron uno de los post anteriores, recordarán que en eso de la locura y la creatividad, nunca se está solo.

Los poetastros, como eran llamados en mi época universitaria (no finita, aún), siempre quisieron estar locos. Todos querían pasar por un psiquiatra, psicoanalista o dados los alcances económicos, la psicóloga negra que atendía el consultorio universitario. Cuando se enteraron que en el argot científico, se decía que ninguna persona que ambulara las calles podría decirse mentalmente sana, todos padecieron Síndrome de Estudiante de Medicina-psiquiatría. Se tenía trastorno esquizoide, paranoico, psicótico, etc. Si se contaba con suerte, tan sólo un trastorno bipolar bastaba, para crear a partir de la angustia suscitada por la ciclotimia.

La montaña rusa anímica exigía ciertas lecturas, Bukowsky, Mallarmé, Poe, Pavese y por supuesto, Baudelaire quien junto a Verlaine y Rimbaud, eran el Top de la literatura para tocados. Es a Aristóteles a quien se le adjudica la idea de que las formas más altas de logro humano se asocian con la locura. Cabría ahora preguntar qué se entiende por locura, desde qué óptica afirmaba aristóteles. La certeza me abandona, pero supondría que en ésas épocas toda creación estaba ceñida a los estados ex-taticos , que por definición, sería estar fuera de sí, o loco en el sentido moderno de la palabra.

Estudios han mostrado la estrecha relación entre la creación y la enfermedad mental. La psiquiatría ha tomado el tema en serio, aunque según veo-leo, se limitan al suicidio como prueba máxima, hacen un largo recorrido por los famosos que han terminado con su vida empujados por accesos de locura.

Pero, yo quisiera, en mi romanticismo pacato, creer que va más allá. Los genios lo son, no por su posible propensión a la enfermedad, sino que determinadas circunstancias (infancia, salud, abandono) les dan la posibilidad de abstraer el mundo en niveles que los sanos, por desidia, desinterés o comodidad, no lo hacen. Frente a la crisis la configuración de la psique debe cambiar para buscar el bienestar, y cuando el entorno no es lo suficientemente benéfico, inventar mundos deformando la realidad parece la mejor salida. Todo Arte es deformación ¿qué sentido tendría el Arte si lo que muestra puede ser visto a través de la ventana? El realismo no cala tanto como el surrealismo.

El trastorno mental no es un don sino una aflicción que conlleva tremendo sufrimiento. Valdría preguntarles por la felicidad del poeta a quienes conocieron a Gómez Jattin, si no creen posible que en un momento de lucidez, optó por salir por la «puerta de atrás», como diría Maupassant,  para abreviar su dolor. Del mismo modo, como en su momento lo hicieran Hemingway, disparándose en la boca, Virgina Woolf, llenándo su abrigo de piedras y lanzándose al río Ouse, Kawabata, asfixiándose con gas, Mishima con el seppukku, Malcom Lowry intoxicado por estupefacientes o Silva, pidiendo un círculo de yodo en el sitio de corazón, para no fallar en el disparo.

Algunos científicos creen que la poesía es una droga, familiar supongo de la heroína, una de las conclusiones del estudio del doctor Jesús de la Gándara, realizado con la biografía de 67 poetas, 52 hombres y 15 mujeres (en internet está la referencia bibliográfica, sólo copien y peguen)  dice textualmente:

«La poesía es una droga, y por tanto no se debe juguetear con ella, pues si sólo se prueba no se le saca todo el partido posible, pero si se pueden sufrir sus efectos adversos, y si se abusa de ella, si sólo se vive, convive y cohabita con ella, se acaba atrapado en sus redes, adicto y dependiente de ella. A muchos poetas se les nota, tiene tanta intimidad con ella (…) No hablan de otra cosa, no dedican energía a otras cosas, se relacionan sólo con círculos poéticos y así acaban, intoxicados, obsesionados, extenuados, y, a veces, muertos por ella»   

 Balzac decía: «el suicidio en un poema sublime de la melancolía»