Pocas semanas atrás tuve la oportunidad de hacer la corrección de un libro, aunque el tema no se acomodaba, ni de cerca, a lo que suelo considerar de mis intereses, si fue una tarea, que además de ventajas monetarias, dejó en mí recelo frente a los almacenes de grandes superficies. El autor consideraba que la venta tiene que hacerse de frente, afectuosamente, para que el negocio prospere, por lo que este tipo de establecimientos eran la antinomia por excelencia, y el no-lugar de quien se preciara de auto-respeto como comprador. Suelo ser influenciable, así que rehuí a todo sitio del que no conociera el nombre del tendero.

Pero, aun con mi evasión constante, terminé deambulando los fríos pasillos y cayendo en las fofas garras de una canasta (góndola) que supo ofrecerme decenas de libros. La mayor parte era basura, novelas estadounidenses de autores estadounidenses que vieron demasiada telenovela mejicana o buscan hacer casting para un Stephen King. Decaída la emoción inicial, puse más y más libros sobre el brazo que quedaba libre. Más por mecánica que esperanza, seguí sacándolos y como suele suceder, especialmente en los seres humanos, la desidia dio frutos.

Ante mí una portada verde-café, similar a un bosque cubista o quizás una montaña en erosión no sé, que tenía en recuadro negro y dentro, en letra cursiva Sentimiento del tiempo/La tierra prometida – Giussepe Ungaretti, pensé comprarlo para un amigo que disfruta ese autor, no lo hice, aunque no sé bien porqué, creo fue distracción. Cuando ya apartaba el libro para llevarlo, Philip Roth fue más importante, al contrario de Ungaretti nunca lo había leído, y la gente hablaba de lo bueno que era, del lenguaje aparentemente anodino al inicio de sus novelas y lo tedioso que resultaba arrancar la lectura “pero después se pone bueno” se excusaban, al fin y al cabo los del Nobel no podrían equivocarse tanto.

Así, que devolviendo a Ungaretti a la canasta de monstruos verdes, jóvenes asesinos y médicos especializados en comas profundos, metí a Roth en el bolsillo y puse todo en donde estaba. Pagué $5000 pesos en la caja (algo más de US$ 2 si es que tengo algún lector extranjero), por un buen libro, digo el adminículo, pues de la literatura hablaré cuando pueda escribir la reseña, o al menos cuando por el camino, no se me convierta en anecdotario. Bueno, espero los haga siquiera revisar las canastas.